miércoles, 15 de marzo de 2017

PARA OCULTAR LA VERDAD NO HACE FALTA MENTIR



Hasta el año 1996, los varones españoles estábamos obligados a la prestación obligatoria del servicio militar a la patria, por un tiempo o duración que oscilaba entre uno y dos años. Llegado mi turno, fui destinado a Ceuta, y a los seis meses me concedían mi primer permiso. Ganas de ver a los míos me sobraban; pero el dinero más bien escaseaba, y a pesar de que en aquella ciudad abundaban las tiendas de los indios o hebreos que, vendían productos originales, llamativos, y a unos precios de verdadera ganga, tan solo pude comprar un pequeño aparato de radio a transitores, y una pistola mechero.
Pensé que resultaría fácil, el pasar camuflada aquella diminuta radio por la aduana de Algeciras. Pedí a un compañero que me la pegara con esparadrapo en la espalda, justo entre los omoplatos. Encima mi traje de soldado, y el tabardo. Este era el sistema empleado por los más veteranos para no tener que andar declarando, y pagando los impuestos que  nos desplumaban, a veces, hasta el doble de lo pagado en tienda; cuando no te lo decomisaban.
El pase por la aduana consistía en depositar el equipaje abierto encima de un largo mostrador, para que varios agentes de la guardia civil efectuaran el oportuno registro; pero cada quince o veinte pasajeros, aleatoriamente, uno de estos era conducido al cuarto del chequeo. Me había tocado la china, y durante  el breve espacio de tiempo que, me llevó a la dependencia cerrada, mi cerebro se ponía a mil revoluciones. Me veía en ropas menores, como se decía que ocurría allí dentro, o entregado a la policía militar para devolverme al cuartel, por intentar hacer contrabando, como los toros son devueltos a los toriles. Me vino a la memoria el siguiente relato o suceso: “Una chica joven subía a un avión con destino a USA. Cuando la sienta la azafata, ve que está sentada al lado de un cura, y le dice:
- Discúlpeme, Padre ¿Le puedo pedir un favor?
- ¡Claro, hija! ¿Qué puedo hacer por ti?
- Compré en una tienda un secador de pelo maravilloso y muy caro. El caso es que he sobrepasado los límites de la declaración. Estoy preocupada por la aduana. ¿Podría llevarlo debajo de su sotana?
- ¡Claro que puedo, hija! Pero tú sabes que yo no puedo mentir...
- ¡Tranquilo, Padre! Ud. tiene un rostro tan honesto que estoy segura que no le harán ninguna pregunta. Y le dio el secador.
El avión aterriza. y cuando el cura llega a la aduana, le preguntan:
- Padre ¿Tiene algo que declarar?
- Desde lo alto de mi cabeza hasta mi cintura, no tengo nada que declarar, hijo. Respondió el cura.
Encontrando la respuesta algo extraña, el agente le preguntó:
- ¿Y de la cintura para abajo, qué es lo que tiene que declarar?
- Tengo un aparato maravilloso destinado al uso doméstico, en especial para las mujeres, pero que nunca ha sido usado...
Muerto de risa, el agente exclamó:
- ¡Puede Pasar, Padre!
Volviendo al cuarto del chequeo en la aduana de Algeciras, el guardia civil me ordenaba:
-Abra usted los pies y extienda los brazos en forma de cruz.
Empezó a cachearme, allá donde terminaban mis botas, y cuando sus manos andaban a la altura de mis rodillas, me preguntó:
-¿Lleva usted encima algo para declarar?
-Si señor agente, llevo en el bolsillo una pistola- le contesté sin bajar mis brazos. Para inmediatamente aclararle, después del sobresalto que se llevó al nombrarle la pistola, que, se trataba de una pistola mechero.
- ¡A ver! Sácala del bolsillo –me ordenaba el guardia civil, algo más sosegado.
Una vez en sus manos, manifestó que era la primera que la veía de semejante tamaño, y añadía: “
-Es un peligro levarla en el bolsillo. Se te puede encender sin querer y quemarte.
Le aclaré, y le mostré, cómo funcionaba el seguro de aquel mechero pistola, hasta que aquel funcionario dio por terminado el registro, y me deseaba buen viaje. Una vez en la calle, pude respirar con tranquilidad. De pura chiripa me escapé, o quizás siempre se lo deberé al cura; pensaba en mi interior.
Moraleja: “La Inteligencia marca la diferencia. No es necesario mentir, basta con escoger las palabras correctas para seguir tu camino, sin necesidad de mentir, y con la fortuna de la suerte soplando a favor”.

F. Sáez (Febrero 2017)

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